lunes, diciembre 27, 2010

El reflejo de don Alejo


Ha pasado más de un mes desde el asesinato de don Alejo: aquel setentón que se hizo famoso por enfrentar a una gavilla de hombres armados en una de sus propiedades. Ha pasado más de un mes y sigo sin comprender esa idolatría enferma profesada a este personaje elevado a un estatus de “Nuevo Héroe Nacional”.

¿Valió la pena su muerte? ¿Habrá pensado el señor en las consecuencias de sus actos y en las posibles represalias contra sus familiares? ¿Mejoró la situación de seguridad del país con su sacrificio? ¿Se sensibilizaron las autoridades y se volvieron más efectivas en su "luchas contra el crimen"? ¿En verdad el hombre recuperó su terreno y ahora su familia puede ir tranquilamente a pasar los fines de semana ahí? ¿Valdrá la pena trabajar toda una vida para amasar bienes materiales en un país donde, de un día para otro, te los quitan impunemente? ¿Vale más la dignidad que la vida? Todo el que quiera vivir de pie, antes que arrodillado, ¿tendrá que morir?... Tantas preguntas…

Me cuestiono lo anterior porque ahora resulta que tooodos quieren ser don Alejos; que tooodos quieren seguir su ejemplo y andar armados y defender su dignidad, su honor, su orgullo y sus bienes a balazos y con la vida misma. Conozco a muchas personas que ya traen pistola en su coche y la mentalidad de: “Si me van a matar, de perdido me llevo a dos o tres conmigo”. ¡Uy, qué valientes!

¿No les aterra vivir en un país así: rodeados de gente orillada a pensar de esta forma? ¿No les aterra vivir en un lugar donde la dignidad, el honor, el orgullo y el fruto de nuestro trabajo tienen que defenderse derramando sangre, porque no existen normas mínimas de respeto ni necesidades básicas satisfechas? ¿A dónde vamos a llegar? Porque con estos ejemplos de “héroes nacionales” como don Alejo, al rato va a haber un montón de atolondrados armados en las calles, que te van a descargar su pistola en la cabeza a la menor provocación, ya sea porque los volteaste a ver en un semáforo o les echaste las luces largas y “heriste su orgullo”.

No sé. Yo no aplaudo lo que hizo don Alejo, aunque a veces –no lo niego- me sobran ganas de salir a la calle con una ametralladora y dispararle a los pinches policías o de agarrar una tanqueta y pasar por encima de un embotellamiento con gente neurótica que no para de sonar el claxon. Pero no, no creo que valga la pena matar o morir por nada, menos por “dignidad”, “orgullo” o bienes materiales; porque para empezar, si los ciudadanos de una nación tienen que defender a balazos, a granadazos, a chingazos o a mordidas lo que por naturaleza es suyo, se vive en un estado fallido; en algo más salvaje que una jungla; en un callejón o al borde del precipicio… aunque digan que no. Desde el momento en que tenemos que defender los valores con violencia, hay algo podrido en nuestro entorno y en nosotros mismos.

Qué triste que vivamos en un país donde los héroes son don Alejos y no profesores, doctores, arqueólogos, biólogos o geólogos; que no sean héroes quienes trabajan por mejorar las condiciones de vida de todos los mexicanos. Todos quieren ser héroes fáciles. Hollywoodenses. De ésos que gritan “¡Libertad!” cuando los están masacrando. Héroes muertos, pero héroes al fin, según ellos. Héroes cuyo legado se esfuma de un día para otro.

¿Cuál sería la solución? ¿Largarse a la chingada de este país? ¿Vivir lo más modesto que se pueda? ¿Seguir matando a todos? ¿Seguir trabajando y no perder la fe? No lo sé. Quisiera tenerla. A veces pienso que ni siquiera está en uno.