miércoles, diciembre 19, 2007

La escarcha que no ha caído

Cuando esta ciudad estaba menos pinche que ahora, nevaba de vez en cuando. Alfileres de hielo colgaban de los desagües del techo y las cornisas de las ventanas. Yo los usaba como frágiles espadas o lanzas de cristal que duraban un par de minutos. Los jardines escarchados servían de resbaladeros y la nieve de los coches para hacer bolas que ponían a correr a las niñas del barrio. Podía pasar horas con la boca abierta y la lengua de fuera, imaginando que cada copo era de un sabor distinto. Terminando de jugar, las mamás siempre decían que nos metiéramos a bañar con agua caliente para no enfermarnos. Los días eran tan blancos como la inocencia de la época en que nos metíamos a la regadera con nuestras hermanas y la espuma del shampoo se convertía en nieve imaginaria que nos embarrábamos en el rostro.

Volví a ver nieve cuando me mandaron de intercambio a un pueblo de Kansas. La nieve rebasaba la pista de atletismo que rodeaba al campo de fútbol americano del Instituto franciscano. Todo era un espectacular desierto blanco. Los estudiantes que no estábamos acostumbrados a ver nevar, salíamos a jugar como niños. Recuerdo que nos poníamos bolsas de plástico adentro de los tenis y bajo el pantalón, enrolladas en las piernas, porque no teníamos ropa especial que nos protegiera del hielo. Entre algunos compañeros de clase compramos un trineo en el K Mart, que nos turnábamos para deslizarnos cuesta abajo de la loma donde estaban los dormitorios. Los estudiantes gringos y japoneses nos veían raro; los de Pakistán, no tanto, y hasta cooperaron para comprar otro trineo.

Varios años después, ahorré y viajé a Europa, y vi nieve en algunos lugares, mientras un tsunami arrasaba islas asiáticas y se tragaba cuerpos, sillas de playa y coches. El suave y novedoso efecto del hachís no fue el mismo mientras mirábamos por el televisor del hotel a gente que lo estaba perdiendo todo. Pero afuera nevaba.

Hoy, cuando mi ciudad está más pinche que nunca, no ha vuelto a nevar. Sólo hay nieve en el cabello de los viejos y escarcha en el corazón de la mayoría de sus habitantes.